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Pandemia

BLM

Un día sales a caminar, buscando una solución al robo de todos tus equipos y llevan varios meses sin responderte por el pago de tu trabajo, sales, molesto, buscando abogados, alguien que se haga cargo de esa pelea en la que llevas mucho tiempo y que no sólo se llevó tus cosas sino que también amenazó tu voluntad de seguir haciendo. Sales, tratas de despejar tu cabeza, es el momento en el que más lejos has estado de sentirte bien, debes mucha plata, no tienes cómo pagar, quizá el próximo mes tengas que volver a vivir con tu mamá. Dejaste de fumar y beber; ahora vas con menos frecuencia a terapia, no estás del todo bien, pero ya las cataratas han disminuido; dejaste de fumar y aún te falta el aire, duermes como hacía mucho no podías y aún no logras descansar. Vas a almorzar con tu mamá y a la vuelta no puedes volver a salir, empezó la cuarentena.

Lejos de ideal fue mi inicio del encierro y aunque muchos empezaron peor, mis palabras hoy no pueden hablar por ellos. Soy afortunado por mi familia, de no ser por ellos las primeras semanas de encierro probablemente habrían sido mis últimas, y tampoco hubiera alcanzado la calma que requirió solucionar y estabilizar mi situación; el respaldo de ella me llenó los pulmones de optimismo cuando las cosas estaban a punto de colapsar.

El optimismo y la calma que obtuve gracias a mi familia dictó el cómo llevaría mi encierro, las 4 paredes que pago con las uñas serían mi residencia artística, donde tendría tiempo para escuchar mi voz y atender a lo que quería decir, en sentir y pensar, en acomodarme y revisar mi posición, ajustarla para estar lo mejor parado posible cuando todo esto pasara. Sabía que muchas de las cosas que venía haciendo no podrían seguir, estaba bien con eso, hasta llegué a verlo como una oportunidad para hacer lo que mis entrañas pedían y que había silenciado por mucho tiempo. Así, pasando los días, unos más activos que otros, con ánimos diferentes, a veces sintiendo y a veces forzando el optimismo, uno tras otro se repetían, sin diferencia, las semanas pasaron y el tiempo empezó a perder sentido, uno era representación de todos.

Las rutinas fueron la primera linea de defensa que tuve para no perderme en la soledad y las nuevas formas de sentir el tiempo. Cada día se ha vuelto más difícil mantenerlas, quizá por lo diluida o distante que está su razón de ser, hacer ejercicio y fortalecimiento para escalar pierde sentido ahora que el encierro parece no tener fin, al igual que madrugar, o el leer antes de dormir. Y de cierta forma daban la ilusión de ritmo, de movimiento entre la quietud del encierro.

En este tiempo yo he cambiado, y ahora estoy seguro que el mundo también, y ese cambio lo veo lejos del optimismo, espero estar equivocado. Gente cercana y lejana sin empleo, sin trabajo, sin negocio, perdiendo su autonomía, ganando deudas; cada día se hace más evidente que estamos bajo un estado autoritario y corrupto, mezquino e indiferente con el hambre de las personas, tecnócrata, utilitario y ladrón. En mi optimismo, pensé el encierro como una forma de preparar, ordenar, acomodar todo lo que me hiciera falta para volver al mundo que creí dejar pausa, y ahora, cuando creo estar cerca al final del confinamiento, no sé a qué mundo voy a salir, no sé si vaya a servir todo lo que hice y pensé durante estos meses, me aterra pensar que perdí mi tiempo.


El encierro sumado a la desesperación producida por lo desatado luego de la muerte de George Floyd, me llevó a reaccionar sin pensar ni cuestionar la naturaleza del gesto, reaccioné de forma simple y con lo primero que me llegó a la mano, el cuadrito negro de Instagram. Hay mejores formas de ayudar y alzar la voz, de participar, de aprender, de ubicar y destruir vicios en el comportamiento y que el simple hashtag no va a suplir, me trajo algo de calma ponerlo y luego vino la culpa. Me considero una persona que se esfuerza por tener un pensamiento crítico y ecuánime, que trata de tomar la mayoría de decisiones y no ser víctima de la situación, trato de ser muy consciente de mis pensamientos y acciones; ese día no lo hice, fallé. No pensé. Juzgué todos los gestos menos el mío, respondí sin pensar cualquier cosa que sintiera como ataque. Al final, caí en cuenta de mi error y borré ese gesto.

No existe policía, militar o gobierno bueno.

El racismo es global y no tenia que mirar tan lejos para encontrarlo, el abandono del pacífico colombiano y de los barrios al sur de Bogota son los dos primeros que se me vienen a la cabeza. Actúa local. Luego de la culpa viene el proceso de redención, y el mío inició con investigar sobre el tema, espero poder ayudar en un futuro próximo.

¿Qué hacen los artistas? y yo farfullé alguna memez. Hacen dos cosas —siguió él—. En primer lugar reconocen que no pueden enderezar todo el universo. Y en segundo, escogen una pequeña parte de ese mundo y lo convierten en lo que debería ser.
Que levante mi mano quien crea en la telequinesis. Kurt Vonnegut.

Miguel Mejía