Oficio

Querido diario, volví a la calle.

Muchas cosas han cambiado durante los últimos meses; remodelación, nueva administración, cualquiera de esas frases puede ser usada. Uno, sin ahondar demasiado, me pide dar más tiempo a los proyectos que me hacen respirar. Un cambio de prioridades temporal, sigo necesitando techo y comida. He vuelto a dibujar, a escribir y a caminar con la cámara.

Al parecer la paranoia es un requisito para vivir en Bogotá, fundamentada o no, engorda noticia tras noticia, por radio, televisión, internet, cadenas de Whatsapp, redes sociales, historias de amigos, conversaciones con taxistas, etcétera. Al unísono alertan del peligro puede ser el otro y en una ciudad donde somos desconocidos, somos el otro de alguien. “Ese barrio es muy peligroso”, “no camine por ahí”, “pilas con los zapatos así o asá, que esos son los que usan los ladrones”, “hay que andar a la defensiva, no de papaya”, “no mire a los ojos por la calle”, “váyase normalito para que no lo tengan entre ojos”, “comprar eso es invitar a que lo roben”, si estas y las veinte mil frases más que escucho con frecuencia desde mi posición (hombre al que todo indica heterosexual, en los treintas, mestizo clarito, ateo, de línea anarco-sindicalista, sin completar sus estudios universitarios, nacido en Bogotá y que produce suficientes mínimos como para vivir en Chapinero central en un apartamento compartido, con todas sus extremidades y sentidos funcionando, al parecer consciente y que de vez en cuando emite señales de cordura e inteligencia…), no quiero ni imaginar las advertencias que hacen sobre las personas como yo a los más privilegios o el aislamiento al que han sometido a los menos. Miedo a caminar a ciertas horas, miedo a determinados lugares, miedo a ese tipo de personas, miedo al atracador y al policía, miedo a perder lo que no se tiene.

Más de 15 años sin ser víctima de un robo o estar en alguna pelea callejera; o he seguido muy bien las instrucciones, o no he hecho un carajo, o todo lo que dicen contiene altas concentraciones de mierda, o todas las anteriores. Ahora que el encierro y el aislamiento han empezado a incomodarme, quiero inclinarme por la segunda y tercera opción. Tiempo atrás empecé a confrontar los pretextos con los que me di palmadas en la espalda para no salir con la cámara a la calle; “son equipos costosos y vistosos, no tengo chance de afrontar su pérdida”, hey tarado, compró una segunda cámara que parece de abuelo específicamente para salir; “No quiero discutir con quien se moleste por haberle sacado una foto”, el mundo vive irritado, usted es una de sus últimas preocupaciones, casi invisible, y si ladran no muerden, y si muerden ¿qué?; “¿Fotografiar qué? Bogotá no tiene escenas que me llamen la atención”, ¿hace cuánto no sale?, y cuando lo ha hecho, ¿se ha detenido a observar?, ¿qué?; y así, desmontando poco a pocos la mitología que por años ha permitido que el miedo y la pereza sepulten mis ánimos.

Proyectos como Una Noche de estas, que sucedieron dentro de un “ambiente controlado y seguro”, han hecho de piscina poco profunda y flotadores de brazo, quitaron mi miedo al agua y aumentaron mis ganas de aprender a nadar en la piscina de los adultos, en los lagos, ríos y mares. Proyectos de ese tipo son escasos en la que ha sido mi línea de trabajo y no soy alguien que se caracterice por su paciencia, así que entre las acciones tomadas estuvo el obligarme a crear proyectos cortos, que me hagan salir al menos una vez a la semana a tomar fotos, y reforzarlo al unirme a un grupo de personas que hace precisamente eso, acompañarse para tomar fotos en la ciudad. Llevo poco tiempo compartiendo con la gente de Black Candle, las diferencias que hay en edades, en los objetivo persiguen haciendo fotografía y de los niveles de conocimiento, han ayudado a la hora de superar la reticencia y el tedio que me producen los grupos. Esperemos a ver qué sucede con mis salidas a orear, con los proyectos y mi trabajo, con el grupo..

Miguel Mejía